Metan un pie en una alcantarilla, y piensen qué van a hacer. Sacarlo, claro, pero habrá que hacerlo con cierto cuidado, porque pueden dejarse un tacón contra el borde o rasgarse un pedazo de lazada. Quizá, si salen con demasiado ímpetu, caigan de bruces sobre el barro (la prueba carece de valor si no se realiza en día lluvioso). O quizá salpiquen la pernera del pantalón que han conseguido mantener seca. Quizá, incluso, cegados por la primera alcantarilla y el miedo a empapar el pantalón, vayan a caer dentro de la siguiente alcantarilla. Y vuelta a empezar, pero ya con el calcetín empapado. Así que miran alrededor, miran hacia adelante y hacia atrás, comprueban si pasa alguien que pueda ayudar en la operación, pero no pasa nadie, siguen mirando, miden la distancia a la siguiente alcantarilla, y calculan la fuerza que van a aplicar en la pierna que quedó fuera.
Hacen todo esto, y tal vez logren sacar el pie completamente empapado, como ustedes mismos, que han estado pensando esta bobada mientras llovía a cántaros.