Me escribe M porque no sabe qué hacer. No sabe qué quiere. No sabe qué elegir.
También sabe que no voy a poder ayudarla, que no tengo ni idea de qué tiene en la cabeza y ella no va a conseguir explicarse. Me escribe M y chateamos un rato. Ella se lamenta y yo intento desviar algo los golpes. Aunque no lo consigo demasiado. Como digo, no puedo ayudarla. Pero supongo que a veces uno necesita que otro detenga toda esa riada que nos destroza por dentro. A veces uno necesita a otro para que sea la presa que detenga la riada. Necesita un muro contra el que estrellarse sabiendo que no se estrellará lejos.
Quizá M se quedó algo más tranquila, pero no podré encontrarle su sitio, sólo -quizá- ayudarla a detener el agua.

Tengo la sensación, con este blog, de haberme comprado un cuaderno demasiado bonito. Tanto, que no consigo escribir en él, porque lo que encuentro se queda corto. Es como si no consiguiera alcanzar a mi propio cuaderno.
Es desesperadamente absurdo, porque sé que nunca lo conseguiré.
Por eso he decidido mancharlo hablando de él. Una especie de exorcismo con palabras.
Pero no tan bonito como el cuaderno.